24 de abril de 2011

LA LEYENDA CONTINUA II

ASÍ LO CUENTA "NOTICIAS DE GUIPUZKOA

Las alas de Santi Pérez anidan sobre la cima de Laudio

Donostia. Ángel caído, recuperó Santi Pérez el latido de sus alas de Ícaro de cera, aquellas que el sol le abrasó años atrás cuando su amanecer mutó en esplendor y después en ocaso, para levitar y después anidar sobre la meta del Gran Premio de Llodio, clásica que el asturiano conquistó en solitario desde los muelles que le impulsaron dos palmos sobre el resto de dorsales en la bocana de meta, donde la dicha abrazó el esfuerzo, titánico, pura supervivencia, de Santi Pérez.

Con la memoria aún reciente por los fotogramas en los que se vio pujando con ardor guerrero en la Vuelta a Castilla y León, donde contoneó sus hombros de escalador con las brillantes y poderosas carrocerías de Igor Antón o Alberto Contador en la Laguna de Peces (allí concluyó la etapa reina de la ronda castellana), aleteó con potencia en el alto de Garate, la cama elástica de la prueba alavesa, que descansa a cinco kilómetros de los besos y las flores.

En ese terreno que es donde se desovilla el Gran Premio de Llodio, Santi Pérez mostró su filo en un grupo apostolar, doce unidades, entre los que sobresalían Mikel Nieve, Andrey Amador, Mauricio Ardila y un buen puñado de piernas que opositaban al triunfo de una clásica nerviosa, un acordeón, un redoble de tambor de ritmo continuado. En medio del ruido, la última vuelta, en la que históricamente todo se acelera hasta desparramarse, hasta que Santi Pérez mostró su perfil alado.

Antes hubo quien trató de desmarcarse, de evitar el vuelo veloz, afilado, rapaz del asturiano, pero el Barbot, el equipo portugués donde Santi Pérez ha recuperado la sonrisa y su mejor versión colgado sobre el manillar, actuó de guadaña para laminar los pedales de Azanza, Erviti, José Iván Gutiérrez o Gari Bravo entre otros, partícipes todos ellos de una aventura que rozó los dos minutos de ventaja antes de que la clásica se agitara en la coctelera de los dientes de sierra, del perfil ciclotímico. Y nadie como Santi Pérez para manejarse y resolver en un paisaje de victorias, caídas y redenciones. De aquello formó una escuela de ciclismo.

El asturiano lució su plumaje, anulados los expedicionarios antes de observar la cima de Malkuartu a la que únicamente se habían aproximado José Ivan Gutiérrez y Alejandro Marqués.

Culminado el ensayo general, la ópera alzó el telón, donde solo hubo lugar para las primas donnas. A los secundarios y los chicos del coro las piernas se les habían evaporado.

No así a Santi Pérez, que entró en combustión a dos palmos de la meta. Allí aceleró, descontó rivales retratados todos en el retrovisor: Ratto, García, Amador, Suárez, Herrada, Nieve... todos sombreados por las fastuosas alas de Santi Pérez que gravitaron por la primavera, brillantes por el sol de Laudio.

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