20 de abril de 2011

SUPER REPORTAJE EN CICLISMO A FONDO

El déjà vu de Santi Pérez
«El ciclismo ha sido mi sueño. Sigo aquí y seguiré buscando una segunda oportunidad»
Por: Álvaro Calleja

A Santi Pérez, el asturiano que se metió en el corazón de miles y miles de personas en la Vuelta de hace siete años, el delgadito y sorprendente escalador que pudo con Roberto Heras en su terreno, con un joven Alejandro Valverde también, en las rampas más duras de aquella cita, el ciclista de Grado que cambió el anonimato por el segundo cajón del podio de Madrid, la segunda mitad del 2004 le marcó su vida. Vivió su mejor sueño y su peor pesadilla. Emergió, como los grandes, como los mejores, a base de esfuerzo, coraje y trabajo, a base de victorias, y se hundió, poco después, sin tiempo casi para saborear la gloria, sin tiempo para aprovechar la fama ganada, en la lacra del dopaje. Dudoso el suyo también, se encontró con el tachón sobre su nombre, sobre su apellido, sin tener la oportunidad de defenderse, de demostrar que esa sangre analizada no era la suya. Pasó de la felicidad a la más profunda tristeza. Le estropearon su sueño. Le golpeó un mazo que le tiró del escalón más alto del ciclismo, de su querido ciclismo, por el que peleó, por el que sigue luchando, queriendo volver al lugar que merece, al sitio que le corresponde, recuperar el hueco que dejó vacío. Por eso ahora luce los colores del equipo que le hizo debutar. Una década después, regresa al punto de partida, a la escuadra que le dio la oportunidad de ser profesional, de ser uno de esos corredores que viven de dar pedales, de subir puertos, de alegrar las tardes a los aficionados, de hacerles disfrutar con su osadía, con su valentía, con ese algo que les hace diferentes, tipos distintos a la mayoría que se dedican a uno de los deportes más duros del mundo, ése que te exige más cuando ya no te queda ni un gramo de fuerza, ése que tiene enamorados a millones de practicantes, a millones de espectadores.

"Es una vuelta a los comienzos". Así titula Santi Pérez, hijo de Maria Teresa, madre soltera, su gran apoyo, siempre a su lado, su retorno en 2011, diez años después, al Barbot, el equipo que se fijó en él cuando ningún director se atrevía a ofrecerle un carnet de profesional, cuando él, que ya despuntaba en las categorías inferiores, se anunciaba en internet porque su teléfono no sonaba. Idea de Matxin, claro, su entonces director en el filial del Saunier Duval. Allí, en el país vecino, con el Barbot de Carlos Pereira, que aún sigue al mando, cuando 2001 ponía número al año, consiguió sus dos primeras victorias. Cayó la etapa reina de la Vuelta a Navarra y cayó la etapa reina de la Vuelta a Portugal, haciéndose grande ante Juanmi Mercado en la Sierra de la Estrella. "Ese triunfo me abrió las puertas de los equipos más importantes del mundo y, sobre todo, de lengua española". Le abrió, para ser más exactos, de par en par, la puerta, la ventana, la chimenea, todo, del inolvidable Kelme, el equipo de las rayas verdes, azules y blancas, el equipo de los combativos, de los peleones, de los amantes de la locura, de los que nunca, jamás de los jamases, se rendían. El equipo también de Vicente Belda, que le recuerda como un corredor "frío y calculador". "Me decidí por el Kelme por las oportunidades que me podía dar en el calendario", señala el asturiano que creció en una familia humilde de Vega de Peridiello, que fue jugador de hockey sobre patines antes que ciclista, que a los 14 años probó el ciclismo porque le tocó una bicicleta de montaña en un sorteo de Nivea, con la que empezó a salir, en vaqueros, sin maillot, sin casco, sin pedales automáticos, sólo con el diamante en bruto de sus piernas, de sus finas piernas de atleta, con su amigo Lolo, el que le metió el gusanillo en el cuerpo.

Con el Kelme corrió, ilusionado, motivado y nervioso, el Giro de Italia. Su primera grande. "Era muy joven y no tenía experiencia en carreras de tres semanas, pero logré llegar muy bien y me defendí en la montaña". Tanto se defendió que, de repente, ya en la quinta etapa, la primera de montaña, se vio por delante de Simoni, de Casagrande, de Escartín, de Aitor González. Sólo superado por Stefano Garzelli, quien después sería desposeído del triunfo por un positivo. Era una sorpresa. Le mandó directo a una nube, de la que le bajó una caída tres días después. "Quería disputar la general, pero la desgracia de la caída me lo impidió". La desgracia que volvió a repetirse en julio, en el Tour, que también tuvo que abandonar. "Tuvo poca suerte", rememora Belda, quien se quedó sin Santi Pérez, que puso Phonak como destino. "Subí un escalón más. Era una infraestructura muy grande, con un poder económico mucho mayor y con corredores de la envergadura de Zülle, de Sevilla, de Tyler Hamilton, de los que pude aprender muchas cosas, las que puse a prueba en la Vuelta".

Con la Vuelta se refiere a la Vuelta a España, la de 2004, en su segundo año con Álvaro Pino. En ella se destapó, olvidó los meses de calvario, en los que nada le salía, en los que todo el mundo ponía en duda su nivel. Decepción tras decepción. Un martirio constante. Pero en su vía crucis se cruzó, camino de Granada, Calar Alto y el Monachil, donde, monumental, dejó boquiabiertos, atónitos, sorprendidos, a todos. Despegó y se reencontró para dedicarle, todo corazón, todo pasión, medalla de por medio, su victoria más importante a su novia Vanesa, que había fallecido en accidente dos años atrás. Aquel era el primer paso para convertirse en la nueva perla del ciclismo español, en la nueva sensación de una Vuelta que no le esperaba. Se autoinvitó, al día siguiente, también en el Monachil, en la cronoescalada de Sierra Nevada, a una guerra en la que nadie contaba con él. Sin nervios, como si llevara toda su vida luchando con los mejores, una cabeza superdotada, de veterano, de hombre maduro, curtido en una y mil batallas, pegada al cuello de un jovencillo casi sin experiencia, paisano de 'El Tarangu', mismo físico que Bahamontes, la frialdad de Indurain, voló y también ganó. "Es el momento más dulce de mi carrera deportiva. Un sueño que se hizo realidad en ese momento. Pude ganar etapas y estar en la disputa de la general hasta el último día". Hasta la contrarreloj de Madrid, exactamente, la de la Casa de Campo, en la que podía ganar una Vuelta que no sabía que podía ganar. Panorama inédito para él. "La presión se convirtió en ánimos cuando vi a mis amigos, a mis familiares, a mucha gente de Asturias que viajaron para verme. Tenía que sufrir, tenía que rendir al máximo nivel para devolverles el favor", recuerda, emocionado, con una sonrisa inundando su rostro, su cara, decorada, un poquito más abajo, por una cicatriz, detalle de unas anginas, Santi Pérez, que se llevó aquella última etapa, su tercera victoria, pero que se quedó a 30 segundos de la gloria, del jersey oro de Heras. "La crono no es mi especialidad favorita, pero sabía que podía hacerlo bien, que llegaba bien, que había recuperado bien".

Subió al altar mayor del ciclismo. Había derribado un muro con el que pocos pueden. El muro que marca la barrera entre los elegidos y el resto, entre los exclusivos y los del montón, entre los que aparecen cada cierto tiempo y los que siempre están en el pelotón, nunca faltan, nunca se les echa de menos. Era, de la noche a la mañana, ídolo de niños que sueñan con ser ciclistas, de adultos que soñaron con serlo y no pudieron, famoso al que reclamaban fotografías, al que pedían autógrafos. "Pero pasé del momento más dulce al más amargo". Porque nadie cuenta con una caída tan dolorosa, tan desgarradora, una de las que no producen sangre, sino de las que te machacan poco a poco, sin obsequiarte con un segundo para defenderte, para poner un escudo y evitar cada golpe, cada tremendo y exagerado golpe. "Cumplí dos años de sanción". Sanción por dopaje, por un positivo en un control del 5 de octubre de aquel año que le culpó de una autotransfusión de sangre que él siempre negó, que siempre ha negado, que siempre negará. "Pasé una época complicada e intenté continuar con los entrenamientos para volver, para poder demostrar que podía estar delante igualmente en las carreras", dice el asturiano, que demandó que se anulase la sanción porque el procedimiento era ilegal, porque no le habían avisado para el contraanálisis, porque la sangre analizada no era la suya, porque el resultado de ésta databa del 3 de septiembre y a él le habían dicho que el positivo era de ese maldito 5 de octubre. Puso dos denuncias y una le ha sido favorable. Pero nadie ya le borrará los dos años parado, los episodios de película mala, de película de terror, de pesadillas, de miedo, de una que desea, con más fuerza que nunca, que termine con una secuencia de felicidad. "Porque este deporte me ilusiona, porque me gusta, porque estoy satisfecho de ser profesional. El ciclismo ha sido mi sueño. Sigo aquí y seguiré mientras tenga ganas de entrenar, mientras que me encuentre delante en las carreras".

Como Paco Mancebo, como Óscar Sevilla, como muchos otros también, entró en una burburja invisible, afectado por la Operación Puerto, olvidado y apestado por los que antes le daban palmadas en la espalda, por los que le decían lo bueno y lo guapo que era, la suerte que tenía. "Aún sigo buscando la segunda oportunidad, la de volver a una vuelta de tres semanas, a las carreras que se adaptan más a mis características". Más que las pruebas que ahora le ven, que ahora disputa, que ahora le permiten ponerse un dorsal. Porque tras la desaparición de Relax, su último equipo español, tuvo que volver a Portugal. "Me costó tomar la decisión. El año de Relax fue complicado porque era a continuación de la sanción y me faltaba el ritmo de competición. Andaba muy perdido. Su desaparición me descolocó". Vistió el maillot del Loulé, el del Madeinox-Boavista y otra vez el del Loulé para chocar, de frente, sin atajos, contra su pasado. "Volver al Barbot significa mucho", señala Santi Pérez, que antes de regresar al equipo de su debut como ciclista profesional, en 2010, se dio un festín, una alegría que necesitaba, en casa, en la Subida al Naranco. "Fue una victoria muy importante, que me sirvió para agradecer el apoyo de la afición asturiana. Y dónde mejor que en El Naranco, la cima que veo todos los días cuando me asomo por la ventana. Siempre soñé ganar allí". Otro sueño hecho realidad para el chico de Grado. "De ahí, ese gesto en la meta del escanciador, que era un homenaje para todos los asturianos, para toda la asturianía, para todos los que me han apoyado durante este tiempo". Tiempo de alegrías, de tristezas, las que han marcado la vida de Santi Pérez, un ilusionado de la bicicleta, un aficionado del trabajo al que se dedica, que tocó la gloria, que rozó el infierno, que ahora no se cansa de luchar por una segunda oportunidad que el destino le debe.

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